El tema cofrade ha inspirado numerosas páginas en los diferentes medios de comunicación escritos y revistas especializadas. Ha llenado par...

Detrás de cuatro horas de procesión hay otras muchas más de trabajo voluntario.

El tema cofrade ha inspirado numerosas páginas en los diferentes medios de comunicación escritos y revistas especializadas. Ha llenado parrilas radiofónicas en Cuaresma y Semana Santa y ha acercado este fenómeno multidisciplinar a los hogares a través de las cámaras de televisión, hasta el punto de ofrecer detalles desconocidos o inadvertidos por la mayoría al paso de una procesión en la calle, lo que incluso llega a invitar a no abandonar la comodidad del sofá.

Procesión de "Los Moraos", Daimiel. Foto Rebeca Madrid
Sin embargo, pocas veces se ha destacado el trabajo anónimo de la minoría que se encarga de hacer cofradía durante todo el año. ¿Qué lleva a una persona a sacrificar parte de su tiempo libre, a acudir a su hermandad después de su dura jornada laboral a seguir trabajando, esta vez de forma altruista? ¿Qué le impulsa a trasnochar preparando los pasos una noche, poniendo flores, o cualquier otra labor de mantenimiento? ¿Qué le impulsa a cumplir un compromiso que llega a trastocar la planificación familiar?
¿Qué hace que alguien sea cofrade?
Indiscutiblemente, lo primero que hay que pensar es en la devoción profunda hacia unas sagradas imágenes. Pero es no parece suficiente para ser cofrade. Sí para ser devoto. Ser cofrade implica muchas mas cosas. A menudo, este calificativo se ha empleado de forma gratuita y a la ligera. Ser cofrade significa ser cristiano, comprometido con la iglesia a la que se pertenece, y por tanto, a la hermandad de la que se forma parte. Nadie debe pensar a estas alturas que la actividad cofrade se reduce a siete días al año.

Pondré como ejemplo, un pueblo de la Mancha, Daimiel, disfruta de una Semana Santa que la ciudad no se merece y que responde al empeño de uno pocos. Es cierto que se echa a andar, y nunca mejor dicho, gracias al esfuerzo de muchos, cuya contribución se hace imprescindible. Pero detrás de cuatro horas de procesión hay otras muchas más de trabajo voluntario para dejar la plata reluciente, las cuotas de hermanos al día, las túnicas limpias o la correspondencia en orden….

Desde aquí quiero rendir un particular homenaje a los cofrades que se cubren con su capirucho hasta en el mes de Agosto. A los que se sienten orgullosos de su aportación a su hermandad, sin esperar nada a cambio. A los que superan los episodios de aflicción, incomprensión e impotencia, que suelen darse, y los cambian por inolvidables momentos de ilusión, emoción y elevada espiritualidad. A los que el hastío no les consume. A los que entienden que su labor sigue teniendo sentido en una sociedad que les critica. A los que no confunden iniciativa con incomodidad, responsabilidad con protagonismo, sacrificio con chantaje, respeto con sumisión, vulgaridad con popularidad, diligencia con oportunismo, apoyo con presión y dignidad con ambición. Los otros no son cofrades. No pueden serlo, aunque pertenezcan a una hermandad.

S.M.C.E.

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